Economía política de los derechos del hombre
¿Habrá alguien que quiera criticar los derechos del hombre? Estar contra los derechos del hombre sería como que los niños estuviesen contra los bombones. Y por eso, todo el mundo está naturalmente a favor de los derechos del hombre: George Bush y Saddam Hussein, Yasser Arafat y Ariel Sharon, Rudolf Scharping [dirigente socialdemócrata alemán] y Amnistía Internacional. En nombre de los derechos del hombre se tiran bombas por todo el mundo y de cuando en cuando se tortura un poco; en nombre de los derechos del hombre, se atiende a las víctimas y se las consuela. Tanto los portavoces como los opositores a la guerra capitalista en pro del orden mundial invocan los derechos del hombre; en el caso de los Verdes, dan pruebas alternas de integridad moral en nombre de la razón de partido y, por eso, desde el punto de vista de cualquier moral, están de ambos lados.
Algo no funciona con los derechos del hombre. A esta conclusión llegó, hace más de 150 años, un hombre llamado Karl Marx. Éste demostró aquello que ocupa un lugar central en las Declaraciones de los Derechos del Hombre: la libertad de los sujetos del mercado, la garantía de la propiedad privada, la seguridad policial de las transacciones. En otras palabras: «Hombre», en este sentido, no es más que el ser productor de mercancías y ganador de dinero; los «derechos» elementales de su existencia, incluso la «integridad de su vida y de su cuerpo», sólo pueden ser poseídos en la medida en que él tenga alguna cosa o, al menos, se tenga a sí mismo para vender (y en el caso más extremo, sus órganos corporales), o sea, que tenga capacidad de pago. Un hombre sólo es titular de derechos, es decir, titular de derechos del hombre, si puede funcionar dentro de la legalidad capitalista que fue declarada ley natural de la sociedad. La llamada «Ilustración» burguesa sólo entendió como «humana» la existencia de los sujetos del «trabajo» abstracto desarrollado en los espacios funcionales de la economía empresarial y del comercio de mercancías en los mercados (en resumen, la esfera de la realización de la valorización del capital). Se da por supuesto que el «Hombre» surge ya del útero materno bajo esta forma social, porque sólo puede ser concebido, tanto física como espiritualmente, bajo la forma de tal ser «económico».
No está previsto en el caso del Hombre en cuanto Hombre que se pueda escapar a estas condiciones presuntamente «naturales». Sin embargo, fue precisamente ésta la situación creada periódicamente por el capitalismo. En el transcurso de la tercera revolución industrial, ello incluso se volvió, de manera irreversible, un estado existencial duradero para la mayoría global. Sólo que dicho estado no coincide con la definición ilustrada del Hombre. Los «superfluos» del capitalismo, según esta definición, no son seres humanos, sino tan sólo objetos naturales, como un guijarro, una cucaracha o un escarajo (el marqués de Sade ya había llegado a esta conclusión, con perfeccionado cinismo, en el siglo XVIII). De aquí se deriva que los modernos derechos del hombre no son una promesa, sino una amenaza: si una persona ya no es económicamente utilizable y funcional, tampoco es, en principio, un sujeto de derecho, y si ya no es sujeto de derecho, ya no es un hombre. La potencial deshumanización de los «superfluos» es mantenida en la concepción burguesa de la Ilustración, en la medida en que el cosificado Hombre capitalista, bajo la forma «antinatural» de excluido, incluso es menos que una cosa. Esta última consecuencia es el principio secreto de toda la economía política y, sobre todo, de la moderna política democrática. Es la esencia de aquel «realismo» embriagado que desde hace ya mucho tiempo corrompió a la propia izquierda política. Toda la «Realpolitik» [política de realismo] lleva consigo la «marca de Caín» de esta lógica iimplacable.
Las organizacions civiles de derechos del hombre, como Amnistía Internacional y otras, no son instituciones de «Realpolitik», sino que por el contrario representan muchas veces una espina clavada en este tipo de política. Con su defensa directa de las víctimas de la guerra y de la persecución, con su incorruptibilidad (al contrario que los políticos tradicionales) y su coraje tantas veces demostrado contra los poderes dominantes, constituyen una importante instancia de ayuda práctica y, en una no menor medida, de crítica y de denuncia. Pero también en este campo se encuentran limitadas. Defienden a las víctimas exclusivamente en nombre del principio que las transformó en víctimas. Por eso no pueden profundizar en la necesaria crítica de la sociedad; su actividad puede atacar las causas sociales de la violencia y de la persecución tanto como la Cruz Roja pudo evitar la Primera Guerra Mundial. El carácter ideológico de su aún burguesa autocomprensión vuelve extraordinariamente ambigua no sólo su actividad empírica en sí misma, sino también su legitimación. Y por eso corren el riesgo de que precisamente su existencia y sus efectos sean instrumentalizados para la justificación del terror económico global.
El reconocimiento evidente del Hombre, o sea de todos los Hombres, en su existencia corporal, espiritual y social, sólo puede darse más allá de la definición ilustrada-capitalista del ser humano. En esta medida, la crítica emancipatoria de los derechos del hombre es la condición de toda crítica en el siglo XXI, como la crítica de la religión fue la condición de toda crítica en el siglo XIX. Es la crítica radical del «principio de realidad» del capitalismo y de su reducción economicista de lo humano, y también, a partir de ahí, la crítica radical de toda «Realpolitik». En las condiciones de la crisis mundial del capitalismo, se trata, no de una idea extraña al mundo, sino, por el contrario, de un «contrarrealismo» del estado de emergencia social, que la experiencia práctica de la avasalladora represión ejercida por el principio autotélico [del fin en sí mismo] económico irracional de la «valorización del valor» impide manifestar. Tengamos esto en cuenta: ni siquiera los principios fundamentales más bellos de la realidad dominante son nuestros principios; tenemos que vernos libres de esta realidad, en lugar de convertirnos en «realistas» desde el punto de vista de los derechos del hombre.