LA MADRE DE TODAS LAS BATALLAS

LA MADRE DE TODAS LAS BATALLAS

ROBERT KURZ

Oscurecidos por los acontecimientos de la guerra, los complejos de causas se pierden rápidamente de vista. En las sociedades modernas, la economía capitalista es la madre de todas las cosas y, en esa misma medida, también es la madre de todas las batallas. Las motivaciones personales y los motivos ideológicos no se pueden explicar sin tener en mente la objetividad del desarrollo del capitalismo mundial. La guerra de Irak se diferencia de las guerras de ordenamiento mundial sobre todo por el hecho de que ya no ocurre bajo el signo de la gran prosperidad aparente de las burbujas financieras. La baja en las bolsas no sólo ha aniquilado un capital monetario de proporciones astronómicas, determinando así un debilitamiento coyuntural a escala planetaria, sino que también, como consecuencia de ello, ha provocado una profunda crisis de los sistemas bancarios y de seguros.

El derretimiento de los valores contables de las carteras de acciones abre agujeros gigantescos en los balances y en los capitales propios, mientras que el torrente de quiebras deja trás de sí una estela de créditos morosos de dimensiones semejantes a las que se ya se verificaron en Japón y en el sudeste asiático, aunque esta vez también en el seno de la UE y de los EE.UU. Al mismo tiempo el flujo de impuestos, tasas y primas de seguros amenaza con secarse aún más. Los sistemas de seguridad social vacilan tanto como la arquitectura de las finanzas comerciales. Ya en febrero hubo un «encuentro secreto» del canciller federal alemán, Gerhard Schröeder, con representantes de las direcciones de los bancos, en el que se propuso, siguiendo el ejemplo japonés, la fundación de una sociedad estatal de acogida del crédito moroso («Bad Bank») a fin de evitar un dramático agravamiento de la crisis de los bancos en la RFA. Y como la crisis alimenta a la crisis, la segunda y principal repercusión sobre la economía real ya no está lejos. A esa altura, posiblemente el debilitamiento coyuntural planetario no dará lugar a una próxima recuperación, sino a una gran depresión mundial.

A esta problemática general, se superpone el escenario de crisis específico de la última potencia mundial, o sea, los EE.UU., que desde hace mucho ya viene ganando forma e impulso y que, por lo demás, es de conocimiento general. El aparato militar de alta tecnología, sin competencia en el mundo, no sólo no logra pacificar la barbarie y la violencia en las regiones globales en desintegración, sino que él mismo tiene los pies de barro desde el punto de vista económico. El endeudamiento interno y externo de los EE.UU., sin precedentes históricos, hace mucho que superó todo lo que pudiese pasar por razonable. Sólo el constante aflujo de capital monetario mantiene viva una economía aparente que, como contrapartida, devora la riqueza de este mundo por medio de un excedente de importaciones igualmente sin precedentes. Ya se ha dicho muchas veces: a esta altura, es éste el balón de oxígeno que le queda a la coyuntura mundial. Puesto que la burbuja financiera de los EE.UU. no se encogió aún tanto como la asiática y la europea, aunque el colapso se perfila en el horizonte.

Ante este trasfondo se puede explicar una política de emergencia global que emana del centro, es decir, de los EE.UU., y en cuyo seno se articulan momentos aparentemente inconexos. De este lote forma parte también la guerra de Irak, que según todo lleva a creer no será más que el puntapié de salida. Se supone que el empleo indiscriminado del aparato de violencia de alta tecnología reafirmará la pretensión de control a escala global y forzará un flujo continuo de capital monetario. En la medida en que el petróleo desempeña un papel importante, se trata menos de un esfuerzo para asegurarse las reservas correspondientes, lo que también sería posible sin el recurso a la guerra, que de una opción destinada a estabilizar los mercados financieros mediante una reducción drástica de su precio, lo que podría llevar a la ruina tanto a los países de la OPEP como a Rusia. Simultáneamente, esta «solución» de la crisis deberá ser acompañada por una globalización aún mayor del capital bajo la égida de los EE.UU., impuesta con todo rigor, y por la destrucción consciente de todos los sistemas de seguridad social y ecológica en todo el mundo que a ella se encuentran asociados. Si fuese necesario que algunos de los grandes bancos occidentales se desmoronen, con las consecuencias de rigor en el seno de la economía real, esto deberá suceder fuera de los EE.UU. Una politica de crisis brutalizada de tal modo implica también necesariamente la destrucción del sistema de legitimación existente hasta hoy (ONU, derecho internacional).

La falta de entendimiento de Chirac, Schröeder y Putin con la administración de los EE.UU. no se enmarca de ninguna manera dentro de un esquema tradicional de competencia nacional e imperial por mano de obra (¡de esto no hay una pizca siquiera!), mercados, materias primas y «esferas de influencia». Lo que está en juego es más bien el «cómo» del régimen global de crisis. El acuerdo es general en lo que respecta a la liquidación de todos y cada uno de los derechos sociales. Sin embargo, y contrariamente a la política de los EE.UU., una parte de los gobiernos de la UE tiene escrúpulos ante la eventualidad del establecimiento de una dictadura militar directa de los EE.UU. en el Cercano Oriente y en las regiones globales en desintegración, así como ante la ruina intencional de la OPEP y, sobre todo, de Rusia. Además, y con el fin, ante resistencias institucionales, de poder llevar más fácilmente a cabo la liquidación de los sistemas sociales, quieren también salvar ciertos resquicios del sistema de legitimación, tanto de los estados nacionales como a nivel internacional, y de la coherencia en términos de economía política (véase el ejemplo del «Bad Bank»).

Al mismo tiempo, no obstante, saben exactamente que en todos los aspectos dependen para su supervivencua de los EE.UU., que por medio de su endeudamiento extremo absorben tanto los flujos del capital monetario como los de las mercancías, manteniendo así la apariencia de procesos de valorización exitosos. Un colapso de la economía de los EE.UU. y un mayor debilitamiento del dólar, lejos de fortalecer el poder de la UE, la arrastraría detrás mediante el colapso de las estructuras de exportación; aparte de que los europeos, durante varias décadas, serían incapaces de establecer un control militar independiente sobre los procesos de crisis globales. Es por eso por lo que la parte menos escrupulosa y más reaccionaria de los «global players» [jugadores globales] del capital financiero y de la clase política apuesta de lleno por los «halcones» de la administración Bush. Un capitalismo transnacional de crisis y minoría debe ejercer, con el puño blindado del aparato militar nacional de la última potencia mundial, su régimen de terror global que va dando lugar a la irracionalidad pura y simple.

Esto no significa otra cosa que la eclosión de la contradicción irremediable entre la globalización de la economía capitalista y la construcción esencialmente vinculada al marco del estado nacional de la política capitalista. El «eje» París-Berlín-Moscú, ya de por sí frágil, no constituye una alternativa real ni en términos externos, ni en términos internos. Cualquier política que al día de hoy haya logrado una mera limitación de los perjuicios dentro de los límites inmutables del orden mundial vigente al precio de una creciente exclusión y represión sociales está condenada al fracaso. Mientras las personas no se emancipen, en el seno de movimientos sociales absolutamente independientes, de su domesticación capitalista, seguirán siendo sólo masas manipulables por las distintas variantes del régimen global de crisis.



Original alemán: «Die Mutter aller Schlachten», en Neues Deutschland, Berlín, abril 2003. Disponible en www.krisis.org

Traducción al portugués de Lumir Nahodil: http://planeta.clix.pt/obeco Traducción portugués-español: Round Desk.