PREFACIO A LA EDICIÓN PORTUGUESA DEL “MANIFIESTO CONTRA EL TRABAJO”
Enero 2003
Cuando en junio de 1999 se publicó en Alemania el Manifiesto contra el Trabajo, la denominada «new economy» estaba precisamente en el ápice de su embriaguez, financiada por la Bolsa. La colosal valorización de las acciones había obnubilado los cerebros e incentivado una irreal e histérica atmósfera de éxito, haciendo creer que cualquiera podía hacerse rico de la noche a la mañana, en cuanto se empeñase con la suficiente pericia. Los universitarios encargados de publicitar el mercado llegaron al punto de hacer correr el rumor de que el capitalismo se había liberado de sus propias leyes y que en lo sucesivo podía funcionar sin crisis.
Ya a esa altura no era preciso, por cierto, tener ningún tipo de conocimiento especializado para reconocer que estas ilusiones se asentaban sobre un gigantesco efecto de represión. Mientras los invitados levantaban sus copas de champaña en la fiesta en la que se reunían todos aquellos que seguían siendo los ganadores del mercado mundial, había cada vez más sectores de la población mundial que se veían empujados hacia la miseria absoluta, por el simple hecho de haber pasado a ser, como fuerza de trabajo, innecesarios para la valorización del capital. La mayor parte de los países del antiguo «socialismo real» habían sido casi completamente desindustrializados y devastados, después de diez años de supuesta adaptación y de efectiva desregulación neoliberal. El hambre y las guerras entre las bandas organizadas asolaban grandes regiones del Este, de un modo no diferente a cómo ocurría en el Sur globalizado. Y hasta los «tigres» del Sudeste asiático habían caído estrepitosamente desde el trono de la ilusiones del mercado mundial.
Pero también en la Unión Europea, los Estados Unidos y Japón, hacía ya tiempo que se venía haciendo visible el proceso de crisis generalizada de la sociedad basada en el trabajo y en la producción de mercancías. Desde los años 80 estaban aumentando considerablemente los fenómenos de exclusión social, y el desempleo masivo sólo en apariencia se contenía a costa de «programas de ocupación» financiados por el crédito, de manipulaciones estadísticas en gran escala o de la imposición de salarios de miseria y de transferencias coercitivas hacia el llamado «sector informal». Paralelamente, en el plano de la conciencia y de la elaboración ideológica, empezaba a instalarse un fanatismo cada vez más agresivo en torno de la idea de trabajo, que hacía de los desempleados y de otros ciudadanos socialmente excluidos los culpables del destino que les había tocado.
Mientras tanto, la imagen fantasmal de un capitalismo libre de crisis está hoy empíricamente desmentida, incluso a los ojos de los grandes artífices de la represión. Fue suficiente la implosión de una parte relativamente pequeña de la burbuja especulativa (el gran «crash» de las bolsas mundiales está cercano, pero aún no ocurrió) para llevar la economía mundial a una recesión cuyas consecuencias sociales se sienten cada vez con mayor claridad, hasta en los centros capitalistas. Al tiempo que una parte de los que se contaban entre los ganadores de la «new economy» dejaban de disponer de los buenos salarios que recibían, para ingresar en el paro, los sistemas de protección social empezaron a ser progresivamente desmantelados y el mercado de trabajo cada vez más fuertemente desregulado. Como es natural, los efectos concretos varían de país en país, según la posición respectiva en la jerarquía del mercado mundial, pero también de acuerdo con la trayectoria de cada uno de éstos desde el punto de vista de la historia de las mentalidades. Así, no cabe duda de que tanto la identificación esclavista con el trabajo como la agresión contra todos aquellos que no quieren o no pueden trabajar son fenómenos más señaladamente presentes en Alemania que en países como Portugal, Italia o Brasil. Pero, por otro lado, la reacción a la crisis del trabajo es, en líneas generales, la misma en todo el mundo. Con el colapso del trabajo, entra también en colapso el fundamento de la sociedad capitalista, dando origen a un fundamentalismo del trabajo, de cuño marcadamente religioso, que pretende salvar lo que ya no puede ser salvado, ni siquiera a la fuerza.
Contra toda esta situación no se ha constituido, hasta hoy, una protesta de masas eficaz. Es verdad que con el movimiento de crítica a la globalización se articula, por primera vez desde hace mucho tiempo, una renovada resistencia social que despierta algunas esperanzas, sobre todo debido a su carácter transnacional. Pero de hecho esa resistencia continúa en lo esencial presa de las categorías de la sociedad del trabajo y de la mercancía, como lo prueban algunas de sus reivindicaciones, por ejemplo, el retorno a la regulación estatal de las relaciones de mercado o el control sobre los mercados financieros. Estas reivindicaciones, y otras de la misma naturaleza, no sólo no producen efectos prácticos, porque ya no tienen ningún fundamento económico, sino que sobre todo se revelan, en sus principios, ideológicamente compatibles con una administración autoritaria de la crisis, eventualmente con recursos a medidas de trabajo forzado –aunque no sea ésta la voluntad de la mayor parte de los activistas del movimiento. No hay manera de eludir la cuestión: hoy, en el momento en que el sistema basado en la producción de mercancías alcanza su límite histórico y entra en la fase de autodestrucción, no puede haber emancipación social sin una crítica radical del trabajo. Por eso mismo, se hace más gratificante el fuerte eco que este Manifiesto ha encontrado en los últimos años. No sólo en Alemania, sino también en otros países, ha sido activamente discutido en círculos de oposición. Mientras tanto, ha sido traducido a siete lenguas (véase: www.krisis.org) y publicado en Brasil, Francia, España, Italia y México. Esperamos que también en Portugal pueda contribuir a una necesaria renovación radical de la crítica de la sociedad.
(Editorial Antígona, traducción del alemán: José Paulo Vaz, revisada por José M. Justo.)
http://planeta.clix.pt/obeco/
Traducción del portugués para Pimienta negra: Round Desk.